Con una inversión de 40 mil millones de dólares en la organización de los Juegos, el impacto de este año sobre Japón podría llegar al 1,5% de su PBI
Desde su restauración moderna en 1896, cuando los Juegos Olímpicos volvieron a la cuna –Grecia– su tradición de “cada cuatro años” como indica el término Olimpiada se cumplió casi religiosamente, más allá de los contratiempos políticos, históricos y sociales. Solamente el estallido de las dos Guerras Mundiales obligó a su cancelación. Y es ahora un drama humanitario, una pandemia como el coronavirus, que obliga a una medida sin precedentes: el aplazamiento. Algo a lo que el COI se resistió hasta último minuto pero que, más allá del gigantesco agujero financiero en la organización, no admitía más discusiones.
Desde que avanzó la pandemia por todo el mundo, se suspendieron todas las competiciones deportivas internacionales, casi todos los atletas tuvieron sus detener su preparación (justamente en uno de sus momentos claves, del armado de su base física hacia los Juegos). Y en muchos deportes, ni siquiera se había completado la fase de clasificación, por lo que no había oportunidad de tener un sistema justo de participación.
Con una inversión de 40 mil millones de dólares en la organización de los Juegos, el impacto de este año sobre Japón podría llegar al 1,5% de su PBI, mientras que entre su gobierno y el COI tendrán que ver cómo atenuar otras pérdidas (o reorientarlas): 2.700 millones de dólares de ingresos por derechos de TV, 800 millones por venta de entradas y una cifra aún no definida, pero igualmente notable, por patrocinios.
La leyenda indica que en la época antigua –aquella que había surgido en el 776aC- los Juegos no se detenían siguiera durante las guerras. Al contrario, se detenían las guerras para celebrar los Juegos. Una visión un tanto romántica, no fue tanto así. Pero el emperador romano Teodosio, convertido al cristianismo, ya en el 339 de nuestra era abolió “esa costumbre pagana” de los Juegos Olímpicos y su sucesor, Teodosio II, fue todavía más lejos: ordenó destruir las construcciones de Olympia.